sábado, 25 de julio de 2015

resumen de "el país de las ausencias" Beatriz Concha

capitulo 1

Benjamín y Elena dos niños vivían con su padre, pero su madre estaba internada en un hospital. los padres de los niños estaban separados, el padre de los niños  se había casado con una mujer a la que Elena y Benjamín la llamaban "mami". los niños solo podían ver a su madre los fines de semana y el papa les compraba dulces y cosas materiales para suplir el cariño de una madre. 
cuando Benjamín y Elena visitaban a su madre ellos se acostaban en su cama y la madre le contaba cuentos de hadas, duendes y cosas fantásticas pero a ellos le gustaban mas los cuentos de terror. un día "mami" amenaza a los niños con castigarles severamente por haber perdido unos libros que les había regalado su madre, Benjamín que tenia 9 años decide marcharse y Elena al saber esto se pone a llorar, entonces deciden marcharse junto. los dos hermanos se marcharon arriba de un burrito pequeño que ellos tenían y se llamaba dulce arropados con la manta que le había pasado la madre a Elena.

capitulo 2

Elena y Benjamín estaban sobre el burrito atravesando el bosque y se encuentran con el duende de la luna, este duende les ayuda a encontrar el camino durante la noche. el duende les dice a Benjamín y Elena que el siempre a estado presente en sus vidas cuidándolos en las noches. también les explica que las ausencias son las que causan las penas en sus corazones y que devén erradicarlos por que sino ellas crecen, echan raíces y provocan muchas penas luego el duende se despide para que Elena y Benjamín sigan su camino.

capitulo 3 

Benjamín y Elena conocen a una persona muy especial ellos la llaman "la gigante jorobada". un día caminando por el bosque se encuentran con una señora que va hacia ellos con un enorme maso de madera, Benjamín trata de proteger a Elena abrazándola pero justo en ese momento dulce arroyo patea a la señora en el trasero y la manda lejos, la mujer aterriza sentada en las plantas y se pone a llorar gritándole cosas feas a los niños, Elena quedo muy impresionada porque nunca había visto a una persona mayor llorando . luego conocen a un lobo al principio Benjamín y Elena se asustan pero el les dice que no es malo y ademas les presenta a su familia. el lobo les cuenta que la gigante jorobada es un señora mala, que saquea a los nidos de los pájaros y se roba las manzanas del leñador del bosque, el lobo les muestra el camino hacia la casa del leñador del bosque y les cuenta lo bueno que es.

personajes 

Elena: pequeña de 6 años,soñadora,tímida,sensible, necesitaba el amor de su madre ya que solo vivía con su padre y su madrastra, era traviesa y juguetona  

Benjamín:era un niño de 9 años con mucha imaginación pequeño de estatura baja hermano de Elena y también necesitaba el amor de su madre, todas las cosas las hacia junto a Elena 

mami: era la madrastra de Benjamín y Elena era alta grande madura y no era mala como otras madrastra, quería a los niños les daba de comer y los atendía pero no tenia la intuición de una madre

la madre:era muy linda y de voz fuerte, le gustaba cantarles y contarles cuentos a los niños, era muy soñadora y le gustaba lo fantástico y quería mucho a sus hijos 

el lobo:era de color gris, no era malo,tenia una gran familia y era cuidadoso y responsable, es esquivo 

el leñador:era u hombre bajo de mejillas rojas, vivía en una cabaña en medio del bosque y era espalda ancha tenia la cara redonda y ahí una barba corta y risada, era alegre y muy simpático   

la gigante jorobada:era una señora vieja y jorobada tenia un rostro cómico y tenia un moño caído,  a pesar de ser tan grande era muy sensible y su cuerpo estaba encogido y era gritona y de cuerpo ancho

viernes, 24 de julio de 2015

resumen del ultimo grumete de la baquedano

el ultimo grumete de la baquedano (2 resúmenes distintos)

Alejandro silva Cáceres era un joven de 15 años vivía con su madre la que trabajaba lavando ropa en la marina, su padre se perdió el mar al igual que su hermano, pero tenían la esperanza de encontrarlo con vida, por eso es que Alejandro también quería ser marino para lo cual se escondió en el barco “la Baquedano” el cual realizaría su ultimo viaje. En la primera noche Alejandro fue descubierto y presentado frente al segundo comandante quien después de pedir permiso incluyó al joven como “él ultimo grumete”. Aprendió, asimismo, el nombre de los instrumentos y compartimientos de una corbeta de guerra, y posteriormente las maniobras de una navegación a vela hacer guardia y las labores de todos los marinos, sus compañeros lo aceptaron sin problemas.

Ahí conoció al sargento Escobedo el cual les contaba sus historias en la Baquedano y un día le contó sobre el fantasma del “Leonora” que era en realidad un velero rescatado en el que la proa tenia forma de sirena que mientras los tripulantes dormían en el camarote, se les aparecía esta figura femenina, de cara hermosa y túnica blanca. Los tomaba del brazo y los conducía a través del velero, con la intención de arrojarlos por la borda y desaparecerlos sin dejar rastro alguno.

Recorriendo en medio de la tempestad y los hermosos días en el mar llegaron a Punta Arenas donde Alejandro esperaba encontrar a su hermano Manuel, pero allí no lo encontró. Llegaron después al Cabo de Hornos donde Alejandro encuentra a su hermano mayor, Manuel, quien, vestido a la usanza de los indios yáganse, vivía en calidad de cacique con una india de buen parecer y tres hijos menores. Manuel, el que asumió como suyas las costumbres ancestrales de los yáganse. Alejandro muy contento pide permiso para pasar tres días con su hermano el cual lo lleva a “El Paraíso de la Nutria” donde come pingüinos y otros animales como los yáganse, y así pasó los tres días para la despedida Manuel le entregó regalos para su madre.



El último Grumete de la Baquedano”, de Francisco Coloane (Quemchi, Chile, 1910), es una obra, que se salvó de un naufragio después de haber navegado por alta mar, bajo el brazo de un marino ansioso por narrar las aventuras que le tocó vivir a bordo de un buque de guerra.
El protagonista principal de la obra, Alejandro Silva Cáceres, era el segundo hijo de una madre viuda que, para solventar las necesidades de su humilde hogar, lavaba y planchaba las ropas de dril y paño de los marinos, cuyos oficiales lucían uniformes blancos y camisas de cuello almidonado los días domingos.
Alejandro, hasta antes de embarcarse clandestinamente en la “Baquedano”, era alumno aplicado en la escuela primaria y el liceo. Estudió con la obsesión de ingresar algún día a la Escuela de Grumetes de la Armada. Quería ser marino a cualquier precio, aun sabiendo que su padre murió en un naufragio, y que su hermano mayor, Manuel, desapareció en Magallanes, a donde se marchó con la ilusión de que en los mares del Sur se ganaba mucho dinero cazando nutrias, lobos, zorros y otros animales de piel fina.
De los trescientos y un hombres que estaban a bordo de la “Baquedano”, el último tripulante era Alejandro Silva Cáceres, oriundo de Talcahuano, quien, escondido en el peñol de la proa, inició la mayor aventura de su vida, luego de haber tomado la decisión de despedirse, por medio de una carta, de su madre y sus profesores de liceo. Aunque tenía apenas quince años, como el capitán de una de las novelas célebres de Julio Verne, poseía el espíritu valiente y sagaz de un marino dispuesto a enfrentar los avatares del destino. Al fin y al cabo, estaba consciente de que este era el último viaje de la corbeta “Baquedano” y la única oportunidad que tenía para convertirse en uno más de los grumetes del glorioso buque de guerra, que levantó los velámenes y zarpó rumbo a los canales del Sur, llevando a bordo a trescientos y un hombres que se internaron en la inmensidad del mar, con la proa en dirección al viento.
Alejandro, al cabo de ser descubierto en su escondite por el guardia marina, fue presentado al capitán y luego al comandante, quien, al escuchar las explicaciones del muchacho, decidió que lo consideraran el último grumete. A partir de entonces, Alejandro aprendió a armar un “coy” con el colchón y las dos mantas de reglamento, a levantarse al toque de la corneta y a subordinarse al mando de sus superiores.
Aprendió, asimismo, el nombre de los instrumentos y compartimientos de una corbeta de guerra, y posteriormente las maniobras de una navegación a vela.
Así, poco a poco, empezó a amar a la “Baquedano” como a su propia madre, pues era una nave donde, además de impartir las instrucciones correspondientes a la Escuela de la Armada, se contaban historias de aparecidos y buques fantasmas, como ese cuento de “El fantasma del Leonora”, referido por un viejo sargento que pasó su vida a bordo de la “Baquedano”. En realidad, el fantasma del “Leonora”, velero rescatado de las rocas del Estrecho de Magallanes, no era más que el mascarón de proa; tenía aspecto de sirena, “los brazos abiertos como queriendo abrazar al mar y las aletas plegadas a los bordes, igual que una aparición, blanca como el mármol”. El sargento contó que, mientras los tripulantes dormían en el camarote, se les aparecía esta figura femenina, de cara hermosa y túnica blanca. Los tomaba del brazo y los conducía a través del velero, con la intención de arrojarlos por la borda y desaparecerlos sin dejar rastro alguno.
Francisco Coloane, aferrado a su pluma de narrador innato, nos cuenta las peripecias de su joven protagonista, con la experiencia de quien ha recorrido muchos mares y ha visto muchos sitios. Está claro que el autor, por su ascendencia natural, revive su niñez en medio de la naturaleza agreste y accidentada de Chiloé. Además, se debe recordar que Coloane navegó desde su infancia por los canales del Sur, que vivió desde su adolescencia en Puerto Montt y Punta Arenas, que era hijo de un capitán de barco ballenero que hacía su travesía hacia el Estrecho de Magallanes, y, para entender mejor sus vivencias y experiencias como hombre y escritor, se puede afirmar que Coloane no sólo fue navegante en los canales australes, sino también cazador de lobos, ovejero y diestro domador de potros en las estancias de Tierra del fuego.
De hecho, los tripulantes de la “Baquedano”, junto al joven protagonista, estaban destinados a resistir las embestidas del mar, con sus olas que se elevaban por encima de la cubierta, y los vientos que zarandeaban los velámenes, a tiempo que la corbeta se mecía cual una cáscara de nuez en medio de la tempestad que enseñaba que el marino, para sobrevivir a la travesía, debía mirar a la muerte cara a cara, enfrentándose a los peligros con la serenidad de los nervios y la tenacidad de los músculos.
Francisco Coloane, eximio narrador de los sentimientos humanos y las fuerzas indómitas de la naturaleza, nos permite imaginar, en el libro que comentamos, la violencia implacable de las aguas embravecidas: “El mar aumentaba sus furias; ya no parecía océano, sino un mundo de montañas enloquecidas que bailaban estrellándose unas contra otras. El viento aullaba y bramaba a ratos, el aguacero caía como si otro mar se descargara encima. De vez en cuando, algo como unos gritos lacerantes, plañideros, estentóreos, salían de las bocanadas de agua y viento: era la voz de la tempestad”.
De otro lado, Francisco Coloane, nos pasea a bordo de la “Baquedano”, realizando una descripción magistral de la zona austral de Chile. Coloane, como todo marino convertido en narrador, tiene la facultad de guiar al lector por un itinerario geográfico que compendia fiordos, cabos, penínsulas, archipiélagos, islas y bahías.
Bien se podría decirse que “El último grumete de la Baquedano” es un pretexto o un medio del cual se vale el autor para enseñarnos el paisaje accidentado y exuberante de lugares como Talcahuano, Puerto Montt, Golfo de Penas, Punta Arenas y Magallanes, donde los bosques, contemplados a lo lejos, se levantan como montañas recortadas contra el azul del cielo. No es menos maravilloso imaginar el paisaje de la bahía de Puerto Refugio, que, aparte de ser un sitio ideal para salir a mar abierto y cazar ballenas, está rodeado de grandes cordilleras cuya única vegetación son los robles y los musgos, o el encanto especial que ofrece el canal que conduce a Puerto Edén, cuyo espléndido paisaje, además de hacer honor a su nombre, es la tierra de los indios alacalufes, que viven de los productos que les concede la tierra y el mar.
La “Baquedano”, como cualquier buque de guerra que sigue la ruta del Sur, atraviesa por sitios mentados por los marinos más viejos, como es “La Tumba del Diablo” en Punta Arenas, población ganadera de la Patagonia, situada en las márgenes del Estrecho de Magallanes y frente a la legendaria Tierra del Fuego. Se dice que aquí fue amarrado y fondeado el Diablo, con tres toneladas de grilletes y cadenas, y que: “¡En las noches de tempestad arrastra sus cadenas debajo del mar, y los pocos marinos que lo han oído y están vivos dicen que es un ruido terrible, que queda en los oídos para siempre! ¡Más horrible que el de la tempestad!”.
Cabe recordar que la obra de Coloane no sólo trata de rescatar la fauna y la flora del Sur de Chile, sino también sus mitos y leyendas, cuyos personajes respiran a través de la pluma de este narrador que, aparte de saber anudar coherentemente los cabos sueltos de sus historias, es uno de los escritores tradicionales más fecundos de la literatura chilena contemporánea.
Con todo, casi al final del libro, cuando la “Baquedano” arribó al Cabo de Hornos, donde se cruzan las aguas del Pacífico y el Atlántico, el último grumete, Alejandro silva Cáceres, encuentra a su hermano mayor, Manuel, quien, vestido a la usanza de los indios yáganse, vivía en calidad de cacique con una india de buen parecer y tres hijos menores. Manuel, más que representar el sincretismo cultural, asumió como suyas las costumbres ancestrales de los yáganse. Quizá por eso, mientras contemplaba las aguas gélidas del mar, se le acercó a Alejandro y le dijo: “¡Los hombres somos como los témpanos, la vida nos da vueltas a veces y cambiamos!”.
En esta región inhóspita y agreste, conocida como “El Paraíso de la Nutria”, los indios yáganse sobreviven aislados del mundanal ruido de las urbes, llevando una vida sedentaria en medio de la nieve y el viento helado. Se alimentan casi exclusivamente de la caza de nutrias, lobos, pingüinos y otras aves, debido a que, a diferencia de los primeros occidentales que llegaron atraídos por la fiebre del oro, los habitantes ancestrales no conciben la propiedad privada y prefieren llevar una vida en simbiosis con la naturaleza, tomando los alimentos que les provee el mar, y, algunas veces, del trueque que realizan con los tripulantes de los barcos mercantes que atraviesan por ese helado confín del mundo.
“El último grumete de la Baquedano”, como todos los relatos clásicos bien contados, es una obra que no podía dejar de tener un desenlace feliz, ya que el joven protagonista, Alejandro Silva Cáceres, a su retorno a Talcahuano, lleva el uniforme de marino, y, para la alegría de su madre, las pieles y el oro que le entregó su hermano Manuel, como prueba de que el amor de un hijo por su madre es inmutable a pesar del tiempo y la distancia.